La justicia como amuleto en la incertidumbre

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Con las gargantas calientes llegamos a la sentencia número once en Córdoba y a un 24 de Marzo más intenso que nunca. Un 24M en el que angustia y bronca se mezclan en un solo grito.

Mientras la patria se desangra por las heridas de las malas políticas y el cercenamiento de derechos, vemos caer nuestra soberanía e instituciones como a fichas de dominó. En su caída, una mezcla de números y porcentajes arrastran hermanos, niños, trabajadores; y se lleva puesta la industria pequeña, mediana y grande, al igual que la dignidad de los pueblos. Sabemos que cada una de estas fechas es un mojón que registra el paso de los años de distintas maneras. Por un lado, la angustia de sentir las ausencias y reencontrarse con los motores que dieron vida a tanta militancia, tanta búsqueda, tanto caminar entre pancartas acompañados cada vez por más jóvenes, pero con menos pañuelos blancos. Las ‘viejas’ se fueron yendo. Quedan poquitas, pero mientras se van, saben pasar la posta a
estas multitudes de pañuelos multicolores.

Y por otro lado, el deterioro del Poder Judicial, tan salpicado por el Poder Ejecutivo y con tanto para esconder. En cuarenta años, nunca vimos tan de cerca el riesgo de un quiebre institucional que ponga en peligro la democracia. No ya por el regreso de ‘milicos’ genocidas –que, por cierto, están siendo juzgados–, sino por el grado de impunidad con que se gobierna mirando a EEUU y al FMI. Se sabe que las políticas de ajuste en beneficio de pocos nunca fueron posibles sin la represión de muchos.

Esta repetición cíclica del neoliberalismo recuerda el modelo económico del Plan Cóndor. En aquellos años, fueron las Madres y las Abuelas quienes salieron a denunciar. Hoy somos muchos más quienes garantizaremos el Estado de derecho. Por eso somos ese 24 colmando las plazas. Por eso somos la custodia de los juicios de lesa humanidad. Por eso cuidamos a jueces honestos y acusamos a fiscales que no hacen bien su trabajo. Y por eso, ya lo saben, no nos han vencido.

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