Lo que está en juego

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Si por Derechos Humanos entendemos, en definitiva, el reclamo de respeto a la ‘dignidad de persona’ de todo ser humano, veremos que hay avances y retrocesos en el tiempo. El presente es un momento de grave riesgo de regresión: el mundo está polarizado entre el modelo social de inclusión y el de exclusión. El modelo de inclusión aspira a que todos los seres humanos lleguen a ser tratados como personas. El de exclusión quiere reservar el trato de personas para un tercio de la población mundial, y dejar al resto en la condición de ‘no personas’ o ‘menos personas’.

El modelo excluyente forma parte del proyecto de inmensas corporaciones transnacionales, cuyos capitales superan el PBI de muchos estados. Estas corporaciones ganan creando necesidades para el tercio incluido, que cada día consume más de lo que no necesita para vivir con dignidad. Para satisfacer esas ‘necesidades’, se usa la energía resultante de la combustión de los restos de nuestros predecesores biológicos (petróleo y carbón). Esa combustión contamina la atmósfera y las aguas, provoca recalentamiento global y cambios y catástrofes climáticas. La contaminación, además, es irreversible, al menos durante algunos siglos. La progresión geométrica del recalentamiento, de no detenerse, amenaza la habitabilidad humana del planeta en el curso del siglo XXI.

Los argentinos no somos un asteroide suelto en el espacio sideral, sino que somos parte de una región y, en conjunto, somos habitantes de este planeta. Por lo tanto, estamos en la misma encrucijada que polariza el mundo actual: intentamos la inclusión o nos plegamos al programa suicida de las corporaciones transnacionales.

En términos de Derechos Humanos, o avanzamos en el camino que marcha hacia el trato de todo ser humano como persona, removiendo obstáculos y corrigiendo errores, o nos suicidamos en el altar de las corporaciones transnacionales.

Planteada la opción en estos términos, en la Argentina y en todo el planeta, la ‘razónindica que la inmensa mayoría optaría por el primer camino. Pero los estados perdieron gran parte del poder (político) de determinar conductas, porque las corporaciones transnacionales se valen de monopolios u oligopolios de medios masivos de comunicación. Estos monopolios de medios masivos crean la realidad, puesto que todos vivimos en una realidad creada por la comunicación; actuamos conforme nos informan –y construyen– los medios de comunicación. El monopolio de medios significa que estos determinan nuestra conducta creándonos una realidad funcional a las corporaciones transnacionales y a su proyecto.

El monopolio mediático –ahora y siempre– es mucho más que un discurso único, puesto que crea una ‘realidad única: esto pasó en todas las dictaduras y regímenes antidemocráticos. Huelgan los ejemplos históricos.

El monopolio mediático sabe que no puede alucinar a toda una población, pero su objetivo se limita a desconcertar a un 10 o 15% de ella, ocultándole los peligros y el sentido de la opción, para desequilibrar el funcionamiento de una democracia. Este es el juego de las corporaciones transnacionales en toda América Latina y en otros lugares: con sus monopolios de medios procuran crear una realidad que desconcierte al porcentaje necesario a sus intereses.

En América Latina, abusando de la ausencia o ineficacia de legislación antimonopólica, violan descaradamente todo límite ético y jurídico, sin ahorrar ningún recurso, por inmoral o criminal que sea. La creación de realidad mediática les permite calumniar, inventar fábulas increíbles pero eficaces, estigmatizar sin piedad a cualquiera que obstaculice sus intereses, con tal de desconcertar al 10 o 15%.

Los Derechos Humanos en la Argentina de hoy se encuentran enfrentados a la versión folklórica de una opción universal: inclusión o exclusión.

Si el aparato monopólico mediático de las corporaciones consigue desconcertar al porcentaje que necesitan, ya han anunciado su programa. No es necesario infundir miedo, porque realmente produce miedo. Devaluación rápida, inflación consiguiente, caída de salarios, jubilaciones, pensiones, programas sociales. Se recortarán gastos, mediante despidos y eliminación del “gasto inútil” en “demasiadas universidades”. Habrá menor recaudación y, por ende,  más recorte en espiral, hasta el desastre. Se abrirá la importación y, como consecuencia, se fundirá la industria y habrá despidos y desempleo. Habrá protestas, que se resolverán con represión, para mostrar firmeza.

Sin duda habrá impunidad para genocidas, que en su momento no fueron más que sus servidores. Desde hace tiempo sus juristas deslegitiman las condenas y los juicios, invocan piedad y reconciliación. Pero en simultáneo inventan una nueva ‘guerra sucia’: la guerra a la delincuencia. Habrá víctimas, seguramente jóvenes y adolescentes de los sectores humildes.

Si no comprendemos los movimientos de este mundo dinámico, nos perdemos en la confusión discursiva y en las superficialidades de simpatías o antipatías, cuando está en juego la dignidad misma del ser humano.

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