“Nuestra organización había evaluado lo que se venía y se habían tomado algunas decisiones: defender los frentes políticos, tratando que los compañeros se mantuvieran trabajando y no exponiéndose”, explicó Consuelo Orellano de Ardetti, viuda de Enrique Ardetti, quien junto con Raimundo Villaflor y Rubén “Pocho” Palazzesi integró la última conducción del Peronismo de Base (PB) y las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) durante la última dictadura.

En la tercera jornada declararon Consuelo Orellano de Ardetti, viuda de Enrique Ardetti, su hijo Marcelo y Howard Saade, cuñado de Rubén Palazzesi, una de las víctimas de la causa Barreiro.

Pero esa política de autopreservación no fue posible. A mediados de 1979, la organización estaba en la mira de la represión dictatorial y los tres dirigentes y otros militantes fueron apresados y luego asesinados o desaparecidos en un operativo desplegado en varias provincias, en el que participaron represores del Ejército y de la Marina, lo que también había señalado el testigo José García Vieyra en la jornada anterior.

En la causa Barreiro se investiga un capítulo de ese operativo ocurrido en Córdoba, con los secuestros de Rubén Palazzesi, José Jaime García Vieyra y Nilveo Cavigliasso y el asesinato de Palazzesi, durante una de las sesiones de torturas a las que fueron sometidos en una quinta de barrio Guiñazú apropiada por el Ejército y convertida en centro clandestino de detención. Por estos crímenes, están acusados los ex oficiales del Ejército Ernesto Guillermo Barreiro y Carlos Enrique Villanueva y el ex suboficial Carlos Alberto Díaz, los tres en prisión domiciliaria y con condenas anteriores firmes por otros delitos imprescriptibles.

Los secuestros de Villaflor y Ardetti

Al atestiguar en el juicio, Orellano, de 83 años, contó que Enrique Ardetti fue secuestrado el 6 de agosto del 79 en su taller de electricidad de Florencio Varela, por personas de civil que pertenecían a un grupo de tareas del campo de concentración de la Escuela de Mecánica de la Armada (Esma). “Le dijeron que lo llevaban a la Municipalidad a aclarar algunas cuestiones del libro del negocio, lo hicieron cerrar el taller con llave, mi marido le dijo a un vecino ‘espéreme un ratito que ya vengo’, lo metieron en un auto y lo llevaron, pero no regresó”, recordó.

“Le dijeron que lo llevaban a la Municipalidad a aclarar algunas cuestiones del libro del negocio (…), lo metieron en un auto y lo llevaron, pero no regresó”.
Consuelo Orellano de Ardetti

Al día siguiente, suponiendo que su esposo estaba en manos de los represores, Consuelo se quedó con sus dos hijos de 14 y 12 años en el taller de su esposo, porque esperaba que llegara Villaflor, pero éste ya había sido secuestrado por los represores de la Esma el 4 de agosto. El que llegó fue Palazzesi, quien viajaba una vez por mes a Buenos Aires para reunirse con sus compañeros de la conducción. “¡Viste lo que pasó, Pocho!”, le dijo ella. “Llamamos por teléfono y el padre de Villaflor nos contó que se lo habían llevado también a él y su compañera (María Elsa Martínez Garreiro)”, narró la testigo.

“Pocho nos quiso proteger. Me dijo que nos teníamos que mantener juntos, que la mano estaba pesada y estábamos un poco regalados. Me propuso que me fuera a Córdoba con mis hijos. Yo le veía razón a él, pero le dije que me quedaba en La Plata porque tenía que presentar un hábeas corpus por mi marido. Pocho insistía por temor a lo que nos pasara a nosotros. Quizás si hubiera pensado más en él…”, expresó Orellano. Palazzesi retornó a Córdoba y unos días después ella se enteró de su muerte.

Por último, la testigo relató que en enero de 1980 la fue a buscar a la casa de unos amigos en La Plata un grupo de represores que pusieron “contra la pared” al matrimonio dueño de casa, su niño mayor y un bebé, y a ella con sus dos hijos. “Eran todos muy machos. Uno me agarró de los pelos, me llevó hasta el garaje y después me pegó un sopapo y me sacó un diente”. Esos militares –entre los que mencionó los apellidos Pellón y Febrés– la llevaron a su casa a donde habían llevado a su esposo. Él mismo pudo contarle que lo tenían cautivo en la ESMA, antes que volvieran a llevárselo para siempre.

Un pase de posta entre represores

Los fiscales Carlos Gonella y Facundo Trotta.

A continuación, declaró Marcelo Ramón Ardetti, 57 años, hijo de Enrique y Consuelo, quien confirmó ese encuentro con Rubén Palazzesi y su madre, al día siguiente del secuestro de su padre, y revivió aquella irrupción de los represores en la casa de sus amigos: “Nos pusieron a todos contra la pared, los niños también, cargaron las armas y nos hicieron un simulacro de fusilamiento, y se reían. En un momento, a mi hermano y a mí nos dicen que mi mamá y mi papá habían cometido ‘actos de maldad’ y que tenían que pagar. Uno que le decían Giba se llevó a mi mamá al patio y yo vi que que le pegó una piña que le rebotó la cabeza contra la pared a mi madre, y después resulta que le sacó un diente”.

—¿Tuvo algún conocimiento de qué pasó con Pocho Palazzesi? –preguntó el fiscal Facundo Trotta.

—Tengo entendido que lo siguieron desde acá, que lo estaban esperando en Córdoba, lo secuestraron y lo mataron, no sé si en la tortura o cómo, y que lo metieron en un auto al que le pusieron una bomba. Desde acá lo siguieron represores de la ESMA y allá lo estaba esperando otro grupo de represores, como que se pasaron la posta –respondió Ardetti, y atribuyó el dato al testimonio de ex prisioneros de la Esma. Entre ellos, Víctor Melchor Basterra, el sobreviviente que fuera obligado a trabajar como fotógrafo en el campo de concentración de la Armada, de donde logró sacar y hacer públicas numerosas imágenes de represores, para que las víctimas y familiares –como la viuda y los hijos de Ardetti– pudieran identificarlos.

“Gracias a Dios lo pudimos velar”

Al comienzo de la jornada había testificado Howard Saade, viajante jubilado y cuñado de Rubén Palazzesi. El testigo, de 84 años, rememoró la llegada de un subteniente del Ejército a la casa de sus suegros en la ciudad de Oliva, para informarles que Rubén había muerto al intentar fugarse en un vehículo del Ejército que lo trasladaba a Buenos Aires y debían ir a buscar sus restos a la guarnición militar de Campo de Mayo.

“Era un cuadro desolador. Mi suegra lloraba, estaban los chicos en la casa, había una tremenda confusión. La casa se convirtió en un infierno”, dijo Saade, porque antes de que alcanzaran a asimilar la noticia llegó un policía a detener a su cuñada, Stella Maris Palazzesi, quien en la primera jornada de audiencia relató la misma escena y su propio cautiverio en las cárceles dictatoriales.

“Era un cuadro desolador. Mi suegra lloraba, estaban los chicos en la casa, había una tremenda confusión. La casa se convirtió en un infierno”.
Howard Saade

Esa misma noche, Saade acompañó a su suegro a Buenos Aires en la ambulancia de una funeraria local, a buscar el cuerpo de su hijo en el que por entonces era el principal campo de concentración del Ejército en el país. Pero antes debieron pasar por el Distrito Militar de Palermo, donde un funcionario de un tribunal castrense les confirmó que a Palazzesi “lo llevaban a Buenos Aire en un auto, por el camino la gente bajó a estirar las piernas, él quedó esposado en el volante, se quiso dar a la fuga, el vehículo empezó a dar tumbos, volcó, se prendió fuego y ese fue el final de Rubén”.

Acusados: los ex oficiales del Ejército Ernesto Guillermo Barreiro y Carlos Enrique Villanueva y el ex suboficial Carlos Alberto Díaz.

En Campo de Mayo, el cadáver de Palazzesi “estaba puesto en una mesa de cemento grande. Era un cuerpo, prácticamente sin pies ni manos y arriba del cuerpo había un riñón o algo”. “Yo no lo pude reconocer”, lamentó el testigo. “Esa fue la escena que vi y esa situación tan dolorosa que guardé durante tanto tiempo en mí, de viajar de Buenos Aires de vuelta a Oliva, en ese vehículo incómodo, con el cajón entre nosotros, hasta que arribamos a nuestra casa y lo pudimos velar. Eso fue un alivio espiritual, de que a pesar de toda esa situación que se vivió, al fin y al cabo la familia pudo darle el último adiós. Le doy gracias a Dios porque tuvimos esa oportunidad”, concluyó.

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