Un abrazo con la adolescente que fui

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Sábado a la mañana de una primavera seca pero brillante. Recorro la casa abriendo ventanas, el aire fresco llena mis pulmones y me invita a un nuevo día que está comenzando.

El miércoles pasado, 23 de septiembre, quedará guardado en mi memoria. Después de mucho, mucho tiempo, al fin pude relatar frente a un juez los hechos nefastos que sufrió mi familia mientras mi país era sometido por el miedo y la muerte en un Estado terrorista que decía actuar con el objetivo de “mantener la seguridad nacional”.

Preparo el mate. Me dispongo a saciar esta necesidad corpórea y mental de ordenar cada sensación. Decidida a empezar un nuevo ciclo en mi propia vida.

La antesala de este momento, esperado durante tanto tiempo, me reencontró con esa adolescente que fui y que aún no había olvidado completamente. Aún estaba allí, aguardando el momento preciso para resurgir con la fuerza del recuerdo.

Fueron días de viaje en el tiempo, inevitablemente lleno de lágrimas y dolor. Un dolor que anidó en el pecho, en los huesos, en mi esencia. Que intentó infructuosamente derribarme.

Silencio. Días de silencio nocturno, compañero de mis pensamientos, de las imágenes que se sucedían certificando el relato, comprometiendo a esa adolescente a no olvidar ni el más mínimo detalle.

Valentía. Para sacar a la luz los detalles dolorosos, guardados con la intención de proteger a quien amo como a un hijo. Sebastián, mi sobrino, ese bebé niño adolecente joven que al final de mi declaración me envolvió en su abrazo enérgico, transmitiéndome su fortaleza.

Julia soulier en un reciente homenaje a sus hermanos en la Universidad Nacional de Córdoba.

Finalmente llegó el día. La espera se hizo sala, llena de luz y de personas desconocidas. Mi cuerpo, en pleno derroche de adrenalina, les exigía a mis piernas que se esforzaran en sostenerme. Mi corazón golpeaba alocado. Mi garganta en movimiento continuo, inconsciente, mecánico, luchaba contra el nudo que empuja las lágrimas. Y en mi pecho, las fotos de mis desaparecidos.

Fue a ellos a quienes invoqué en el inicio de mi relato. Fueron ellos quienes sentí que me abrazaban en su fantasmal presencia.

A mi costado derecho, las cámaras me devolvían los rostros de esos otros seres. Los acumuladores de condenas que insisten en demostrar que no fueron partícipes de las aberraciones cometidas.

Esforzados en hacer valer prolijamente sus descargos, abundan en detalles que prueban justamente lo contrario. A la justicia le servirá para demostrar su culpabilidad en este juicio. Su pormenorizado empecinamiento certifica también hechos sobre otras y nuevas causas que aún esperan su juicio.

Miserables seres, amparados detrás de una pantalla y el encierro, sólo logran demostrar su profunda cobardía. Sus intentos de ocultarse son vanos, ya se sabe cómo definirlos: mentirosos, ladrones, violadores, torturadores, asesinos.

Pretenden debilitar la democracia que los juzga, esa que tanto costó disfrutar y por la que trabajamos todos los días. Desconocen tácitamente al sistema judicial, el mismo que les reconoce amplias garantías de derecho que los 30.000 desaparecidos jamás tuvieron.

Cuando terminamos, salimos con Sebastián felices y aferrados a nuestra pulsión de la vida. Por los que ya no están, por los que quedamos y por los que vendrán. Sobrellevamos el momento de exponer nuestro dolor con el compromiso de hacer extensivas nuestras denuncias a tantas familias con las que nos une esta historia de horror.

Asombrados por el sonido incesante de nuestros celulares, que vibraban en un sinfín de mensajes de afecto. Emocionados, nos esforzábamos para decir de la mejor manera: ¡Gracias, gracias, gracias!

Después llegó el reencuentro con la familia. Esa familia nueva que se crece de a poco. Ese nido en donde mantenemos vivo el recuerdo de los que nos arrebataron. Hijos, sobrinos, primos, nietos. Todos unidos en un abrazo que entremezcló sonrisas y lágrimas felices.

Este relato es, a fin de cuentas, el relato de un abrazo con esa Julia adolescente de 15 años que volvió para encontrarme en una sala de audiencias y hoy regresa feliz por haber cumplido con ellos. Sin olvidar el pasado, hoy me preparo para el inicio de un nuevo ciclo. Con toda mi fuerza, siempre dirigida al futuro.